viernes, noviembre 10, 2006

'Scoop': primicias y sabores en la chistera

Pelayo López


Vaya sobre aviso que, particularmente, no es que Woody Allen sea uno de mis directores favoritos, incluso le he llegado a encontrar en demasiados momentos excesivamente repetitivo. Esta misma sensación, la de iteración redundante, nos la ofrece esta “primicia” que acaba de estrenarse, aunque, en su defensa, he de decir también que prefiero esta nueva vía. No sé si será la segunda o la tercera, pero sinceramente la prefiero. Se nota que le han sentado bien las brumas londinenses, estos aires frescos foráneos lejos de Nueva York y de la aletargada monotonía a la que nos tenía acostumbrados. Tampoco tendrá cerca su consulta en Barcelona, donde dentro de poco disfrutarán del rodaje de uno de sus próximos proyectos. Esperemos que le vaya igual de bien.

Ya tomó esta senda con su anterior e igualmente brillante cinta, Match point, aunque, no obstante, guarda también ciertas semejanzas con títulos de más reposo en su cinematografía.
Tales son los casos de Misterioso asesinato en Manhattan y La maldición del escorpión de jade, donde se desarrollan investigaciones del mismo corte, e incluso la curiosidad -no la que mató al gato- manifestada en Todo lo que siempre quiso saber sobre sexo y nunca se atrevió a preguntar. Como suele ser habitual en el neoyorquino, rueda con su habitual tecnicismo siguiendo los cánones, sin aspavientos, con un claro ejemplo en la presencia de unos títulos de crédito, tanto los iniciales como los finales, al estilo simplista: fondo negro y textos en blanco. Simples, sí, pero efectistas al fin y al cabo.
Tanto para detractores como para fieles admiradores les servirá el mismo argumento. A unos para atacarle y a otros para defenderle a ultranza. La cinta no se hace pesada y engancha, sobre todo, porque carece de anteriores pretensiones clasistas por su parte, que al tiempo que le desvían del “cine de autor”, en su caso demasiado autor, para acercarse a un cine mucho más comercial que le permite, además, ganarse a un espectador medio mucho más agradecido. Y este objetivo lo cumple gracias a varios ingredientes sabiamente conjugados. Por un lado sus siempre fluidos y lúcidos diálogos. Cabe mencionar, a este respecto, los indirectos dardos envenenados que le lanza a su partenaire y que nos sabemos hasta donde ahondan, y también los continuos chistes –aquí hay además juegos de magia- muy en su tono que no desentonan y a la par renuevan su repertorio.
Que no se engañen, eso sí, los que esperen una comedia facilota. Nada más lejos de la realidad. Hay numerosos y enlazados gags que no nos arrancarán carcajadas a pulmón abierto, sino que contribuirán a que esbocemos sonrisas inteligentes, algo que, conviene recordar, nunca viene mal para desentumecer nuestras neuronas. También para recapacitar es la más que evidente crítica a la prensa fácil del “aquí te pillo, aquí te mato”. Por otro lado tenemos, asimismo, la interesante mezcla del mundo terrenal y de otro de los elementos comunes en todos sus años tras las cámaras, ese argumento metafísico, en este caso la muerte y su barco hacia el más allá en el que los “elegidos” tienen tiempo todavía para llevar a cabo una última voluntad.
Hablando de argumento, el de esta historia no es nada nuevo, pero sí tiene su particularidad. Una joven aspirante a periodista se encuentra, sin saber muy bien cómo ni por qué, con la información de una exclusiva en la que se entrelazan asesinatos, prostitución, tarot, aristocracia… El canal, la fuente, es un periodista recién fallecido que aún quiere apuntarse un último punto desde el más allá y la elige a ella a través de los juegos de un mago de tres al cuarto algo histriónico. El mago es el propio Woody Allen, un sacrificado personaje. Ya me entenderán. La periodista en ciernes es Scarlett Johansson, que repite con el director tras hacerlo en su anterior trabajo y que vemos que le queda mejor el anillo de inocente enamoradiza que el de “dura” en La dalia negra. Sin duda, además, cuando ambos comparten escena gana enteros la trama, aunque lo que choca es que sea el personaje de Allen ahora el que pone la coherencia en una investigación del todo fuera del tiesto. El posible asesino, el objeto de las pesquisas, es Hugo Jackman. Siento decirlo, pero más le vale seguir en el género de acción. Aquí, al menos, parece hecho de madera, por más que su personaje sea de la “jet-set”. Quien sí que lo clava es Ian McShane, el muerto aparecido. Toda una revelación. Y para acompañarnos en esta hora y media, de pe a pa, El lago de los cisnes. Precisamente un escenario que tiene su propio protagonismo en la misma. Allen nos demuestra que ha recobrado la forma perdida y que aún tiene cuerda para rato, que “quien tiene, retiene”, y que aún guarda primicias y esplendor en la chistera.

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